sábado, 18 de mayo de 2024

URBANISMO Y ARQUITECTURAS MILITARES RAYANAS. 

ELVAS PARADIGMA DE CIDADE-QUARTEL, PATRIMONIO MUNDIAL (2012)

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1.3. Proceso de fortificación de la raia: Plazas Fuertes y Plazas de armas

En el proceso de fortificación urbana de la raya ibérica se distinguen tres etapas morfológicas-evolutivas: ciudades amuralladas medievales con cercas de lienzos verticales en altura; ciudades fortificadas renacentistas (con reconversión de torres cuadradas y circulares en baluartes con punta de diamante) y ciudades abaluartadas barrocas e ilustradas con sistemas modernos de fortificación de perfil bajo y grandes desarrollos externos.

Fig. 2. De torreón a baluarte y plaza de armas.

 

1.3.1. Ciudades amuralladas

Los castillos y murallas con sus puertas eran las manifestaciones urbanísticas por excelencia de las villas medievales.

El rey Don Dinis (conocido como o rei construtor), al estabilizar la frontera con el reino de Castilla por el Tratado de Alcañices, firmado con Fernando IV de Castilla en 1297, se planteó como objetivo estratégico la creación de una red de castelos para la vigilancia y defensa de la frontera[5].

Los castelos da Raia, ubicados sobre oteros y afloramientos rocosos eran de defensa pasiva para el control visual del inmenso territorio, imposible de controlar físicamente. Contaban con la Torre de Homenagem, erguida en altura, símbolo del poder urbano del señor, de planta cuadrangular, con acceso por una puerta, de mayor altura que la muralla para permitir el tiro tenso hacia el exterior sin dañar los lienzos de la misma y que permanecía aislada en el centro del patio interior del castelo, significándose como el último reducto defensivo a conquistar, 

En cambio, los castillos de defensa activa se desarrollaron por influencia de las técnicas defensivas experimentadas por los Cruzados en el Mediterráneo Oriental. Estos castillos ofrecían nuevas soluciones constructivas, ya que las murallas pasaron a edificarse con buenos aparejos isódomos, utilizados previamente en los puentes y en las construcciones religiosas, con mayor grosor y mejores accesos al adarve, que era más largo para mejorar los movimientos de los defensores, de la caballería y de la maquinaria bélica. El espacio entre los merlones se aumentó y éstos contaban con aperturas para saeteras y troneras. Se incrementó el número de torres adosadas a la muralla, posibilitando la mejor defensa de la estructura portante y mantener al enemigo a distancia. Se generalizó la existencia de barbacanas y fosos. Las torres del homenaje dejaron de ser cuadrangulares, se elevaron y dejaron de estar aisladas en el centro del patio, para integrarse en la muralla en puntos estratégicos con tiro directo desde niveles superiores. En la corona de las torres del homenaje surgen balcones con matacanes instalados sobre la puerta de acceso al interior para su defensa vertical.

Las murallas se levantaron por necesidades estratégicas defensivas, pasivas y activas, y en cumplimiento de las Ordenanzas forales, hasta el extremo de que la expresión portuguesa de “fazer vila” era sinónimo de amurallar.

Las murallas no sólo personalizaban el paisaje urbano de la villa en el territorio, por cuanto representaban las fachadas externas de las ciudades, sino que definían jurídicamente toda una serie de dualidades: el dentro/fuera (centro/arrabales), lo urbano/rural, los derechos/deberes de vecinos/foráneos, la diferenciación socioeconómica de hidalgos/pecheros, la segregación religiosa entre cristianos/judíos/moros (en Castelo de Vide se levantó una pared que los separaba), la funcional de actividades intramuros/extramuros y el control fiscal impositivo sobre los productos externos, a través de los fielatos ante las puertas (portazgos).

Las murallas medievales verticales eran de aspecto elemental, realizadas en mampostería con aparejos irregulares, con escasa aberturas, un adarve estrecho y un patio de armas en su interior. Eran un patrimonio colectivo, conservado con el esfuerzo físico y económico del vecindario que con el paso del tiempo será privatizado, fagocitado, por el caserío que se adosa a ellas desde el siglo XIV, desmantelado y vendido por los ayuntamientos al mejor postor en el siglo XIX hasta su arrasamiento por la Ley de Derribo de las murallas de 1865, al ser un estorbo para la expansión urbana. Con su declaración patrimonial desde 1930, a las ciudades que supieron conservarlas las murallas les rendirían beneficios hasta el extremo de su inclusión en la Lista del Patrimonio Mundial (Cáceres, Évora, Elvas).

En la morfología urbana de las ciudades medievales portuguesas y, sobre todo en las militares fronterizas más importantes, se pueden detectar hasta cuatro cinturones sucesivos de murallas yuxtapuestas o superpuestas: templarias; dionisianas  (fines del siglo XIII); fernandinas (finales del siglo XIV), y manuelinas (comienzo del siglo XV).


1.3.2. Ciudades fortificadas

Desde mediados del siglo XV, en las recintos amurallados medievales de ubicación estratégica se operan importantes transformaciones para refuerzo y modernización de su función militar, acumulando, progresivamente, recursos defensivos propios de la logística del Renacimiento. A medida que evoluciona la balística evoluciona en paralelo la defensa.

Cortinas y torres medievales poseían estrechas dimensiones y alturas excesivas que las hacían especialmente vulnerables a los nuevos ingenios balísticos de fuego tenso artillero. Las primeras reformas de fortificación consistieron en el terraplenado de la base de las cortinas y de las torres de las murallas medievales, lo que redujo sustancialmente el espacio interno de ronda, sirviendo de inspiración a los primeros caminos cubiertos del sistema abaluartado barroco.

Las murallas medievales dejan paso a los sistemas de fortificación que transforman torres cuadradas o circulares en pentagonales mediante los primeros baluartes en punta de diamante. La radical transformación en el sistema de murallas medievales por la evolución de la poliorcética (artillería y balística), conducirá a los orígenes de la “fortificación abaluartada”, cuya vanguardia se manifiesta en Italia (por el rescate de tratadistas clásicos como Vitrubio, el pensamiento renacentista sobre ciudades ideales y el desarrollo de la geometría como sistema de ordenación del universo racional), al construirse los primeros baluartes en Verona (1527), por el ingeniero St. Micheli.

Entre los años de 1507 a 1510 el rey Don Manuel I ‘O Venturoso’ ordenó a Duarte de Armas que llevase a cabo la inspección y dibujo de todos los castillos de la frontera “as fortalezas situadas no estremo de Portugal e Castela”, procurando definir un límite de frontera compuesto por la suma de puntos o unidades urbanas fortificadas que de alguna forma materializaban la frontera ibérica del Minho al Guadiana. El proyecto no dibuja los castillos de las líneas defensivas interiores, por lo que no es un documento sobre la red urbana.

El resultado se tradujo en el “Livro das Fortalezas”[6] en el que dibuja y recopila las diversas fortalezas militares de la frontera[7], (con inclusión de algunas españolas en plan espía), informando al monarca sobre el estado de conservación de los castillos que, en la mayoría de los casos no era bueno. El documento alcanzó una inestimable contribución al fijar la primera iconografía urbana de frontera con gran fiabilidad morfológica. Asimismo, asignó la jerarquía de las plazas fuertes que serviría para la elección militar e intervención posterior sobre sus castillos, dentro del proceso de crecimiento y reordenación urbana de las ciudades portuguesas en el siglo XVI. Numeroso castillos medievales fueron parcialmente renovados en el siglo XVI, dinámica que se constata por el crecimiento demográfico y económico, por el incremento del tejido urbano y de las arquitecturas religiosas (conventos, monasterios y misericordias) y civiles, que proyectan nuevos frentes de crecimiento extramuros de las vilas novas.

 

En el primer mapa portugués, datado en 1561, Álvaro Seco representa ya con nitidez no una línea imaginaria, sino un trazado continuo, que inaugura el concepto moderno de frontera. No obstante, durante el periodo filipino el incentivo de permeabilidad de las fronteras, bajo una monarquía peninsular única sin presión militar, lleva aparejado la ausencia de intervenciones de fortificación y el crecimiento de ciudades como Valença, Bragança, Almeida y Elvas, que no perdieron su condición de “estremo”, por cuanto la frontera no fue desmantelada.


Desde la segunda mitad del XVI, el concepto de plaza de guerra se vincula a la Tratadística de la Ciudad Ideal del Renacimiento y a la rápida difusión de la fortificación italiana en la Península y en la América Hispana y de los presupuestos urbanísticos derivados de ella.

La fortificación renacentista estuvo íntimamente ligada a la concepción de la “ciudad ideal” desarrollada por los teóricos italianos, que implicaba un sistema defensivo sustitutivo de las murallas medievales con torreones por las fortificaciones con diseños poligonales. Los nuevos cinturones fortificados estarán constituidos por baluartes, cortinas y puertas, los tres elementos básicos que representan la ciudad ideal renacentista, en estrecha relación con su estructura urbana, dado que la regularidad del sistema defensivo ideal se extiende a la regularidad de la malla urbana ideal. Y las ciudades militares también se conciben objetivamente "bellas".



[5] En la Crónica de Don Dinis, de Rui de Pina, se contiene que el rey mandó levantar o reconstruir 44 vilas e castelos, seleccionándose los “castelos para la defensa activa”, mejor equipados con nuevas técnicas defensivas desarrolladas por los Cruzados en el Mediterráneo, en Caminha y Castro Marim, en las desembocaduras de los ríos Minho y Guadiana.

[6] Armas, Duarte. de. (1997): Livro das Fortalezas. (Introducción de M. da Silva Castelo Branco. Arquivo Nacional da Torre do Tombo-Edições Inapa, Lisboa.

[7] Real Arquivo da Torre do Tombo de Lisboa. Códice das Plantas das Fortalezas do Extremo deste Reino. Desenhadas por Duarte de Armas, por encargo del rei D. Manuel en 1507.

 


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