sábado, 25 de mayo de 2024

URBANISMO Y ARQUITECTURAS MILITARES RAYANAS. ELVAS, CIDADE-QUARTEL, PATRIMÓNIO MUNDIAL (2012)

(7)


1.4.4. Preocupaciones españolas

Con la reconquista de Granada culmina el proceso evolutivo del sistema amurallado medieval para dar entrada a los precedentes de la fortificación abaluartada bajo el imperio de Carlos V, que estructurará ciudades en España, Europa, América y FilipinasFortalezas como la de Ibiza (Giovanni Batista Calvi, 1584), Niebla, Alcalá de Guadaira, Toledo y Barcelona se significan como los precedentes españoles de la fortificación abaluartada.

Desde mediados del XVI, las preocupaciones españolas por fortificar las fronteras se centraron en la pirenaica con Francia (Fuenterrabía, San Sebastián, Pamplona), considerada esta última como el mejor exponente de fortificación abaluartada del momento, para impedir la penetración de los herejes franceses.

Felipe II llama a los ingenieros italianos Calvi y hermanos Antonelli para asesorar y construir el sistema defensivo nacional. Entran en acción, junto al capitán Baltasar Franco, en la frontera extremeña para el estudio de los sistemas defensivos. Su diagnóstico manifiesta la necesidad de introducir cambios de tropas de artillería desde Sevilla a Badajoz en 1580 y proyectos para facilitar la navegabilidad de una buena parte de los ríos de España, entre ellos, el Proyecto de Navegabilidad del Tajo de Aranjuez a Lisboa[7].

Fig. 9. Ibiza, Villa Alta. Giovanni Batista Calvi (1584). 
Patrimonio Mundial (1999). (Fototeca A.-J. Campesino)

De 1580 a 1640, Portugal es anexionada por España, bajo argumentos como los de Don Juan de Silva (antiguo embajador en la Corte de Lisboa) que justificaba la necesidad de poseer Portugal, como estrategia defensiva ya que “por Lisboa podrían entrar en la Península las naciones septentrionales... y meternos en casa la guerra y la heregía”.


1.4.5. Los sistemas españoles de fortificación.

Desde el siglo XVI se experimentan los avances de la arquitectura abaluartada en el marco del nuevo urbanismo renacentista[8]. El ingeniero militar del XVI es un artículo de lujo, porque todos dependen de la Corte y del centralismo administrativo de Felipe II. El más importante de todos los italianos en el momento de mayor actividad de la Corte fue Tiburzio Spanocchi (La Coruña), al que Felipe II nombró Ingeniero mayor y Arquitecto Militar e Hidráulico del Rey, junto a los hermanos Palearo-Fratín (Bayona), autores de los primeros proyectos de abaluartamiento de Galicia.

A fines del XVI, Felipe II funda la Academia de Matemáticas de Madrid a cargo de Juan de Herrera, que ocuparía el cargo de Arquitecto y Maestro Mayor de Obras, al objeto de sedimentar las experiencias y conocimientos técnicos aplicados en las fortalezas de todos los dominios del Reino. El arquitecto encargado de compendiar la teoría y la práctica de la fortificación española fue el español Cristóbal de Rojas, que había trabajado como maestro de obras en El Escorial a las órdenes de Juan de Herrera, así como en las obras de las murallas de Cádiz. En 1598 publica su libro Teoría y Práctica de la Fortificación. En 1613 publicó un segundo tratado Compendio y Breve Resolución de Fortificación, textos que permiten el estudio del estado de la arquitectura militar a finales del XVI. Cristóbal de Rojas defiende que el ingeniero ha de ser ante todo arquitecto con dominio del campo de la construcción[9].   

Durante los reinados de Felipe III y Felipe IV la penuria económica del Estado acaba con la tradición de los grandes proyectistas y maestros de la ingeniería militar, de origen italiano en su mayoría. Son ahora oficiales jefes del ejército los que ocupan su puesto con destino fijo en las Provincias y localidades para las que se proyectan y construyen fortificaciones[10]. 

Sebastián Fernández de Medrano (1646), Duque de Medinaceli y General de los Ejércitos de los Países Bajos, se encarga de estudiar y recopilar la Arquitectura Militar española del siglo XVII, dada su experiencia práctica en las contiendas[11]. El tecnicismo alcanzado por los ingenieros holandeses fue asimilado por el sistema español de fortificación. Recopila en dos textos los conocimientos que se explicaban en la Academia Real de Bruselas (1675), que dirigía, con notable influencia en los ingenieros militares españoles del siglo XVIII[12]. Divide la fortificación en regular (respetando trazados geométricos perfectos o modelos clásicos), irregular (adaptada al terreno o a la forma de la plaza que defiende) y real (la que no sobrepasa una línea de defensa de 600 pies). Analiza la función de las ciudadelas (pequeños recintos fortificados en el interior de las ciudades), al tiempo que marca entre 600 y 1.200 pies la distancia libre que debe separar estos fortines de las casas y edificios de la villa.

Vicente Munt, en su Tratado de Arquitectura Militar, publicado en Mallorca en 1664, dedicaba un capítulo a “Castillos, Ciudadelas y Fuerzas Reales en las fronteras”. El hecho de diferenciar los términos castillo y ciudadela responde a la analogía entre castillo y ciudad, frente a una edificación “ex novo” que se definía a mediados del XVI como “castillo que tiene sujeto a un pueblo, a la vez que lo defiende de los enemigos”. Este concepto de sujeción, ligado al de plaza fuerte, obtuvo no pocas protestas, repetidas veces, por parte del vecindario. De ahí, que las ciudadelas implicaran un control por la fuerza de los propios habitantes del lugar.

 

La preocupación extrema por el establecimiento de códigos geométricos en el diseño de estas máquinas de guerra, impele a los tratadistas a representar únicamente la estructura murada, considerando el resto de la trama urbana de ciudad como algo aleatorio que se representa en blanco. Así lo expresa Luca Pacioli en su obra “La divina proporción” cuando identifica los elementos defensivos con la ciudad en sí misma ¿Qué otra cosa son ciudadelas, torres, revellines, muros, antemurales, fosos, ciudades y castillos, sino todo geometría y proporciones?


Fig. 10. Elvas. Cartografía militar del XVII. 
El espacio urbano civil no existe para los militares.

En el Tratado de Fortificación de Juan Muller (1769), en su sección XVIII, sobre distribución de las calles y casas de una fortaleza se describe el desorden de la ciudad antigua frente a los nuevos conceptos de simetría que se pretenden inculcar: “...algunos ingenieros alemanes quieren que todas las calles saliendo del centro de la Plaza, se dirijan al medio de los baluartes y cortinas, pretendiendo que de este modo las tropas que se unan en la parada, podrán transferirse con mayor brevedad a los puestos del Recinto, donde sea precisa su existencia”. Critica las soluciones de ángulos agudos que estas normas provocan en las manzanas de la ciudad y desaconseja esta práctica, aportando toda una organización funcional de la ciudad: “No sólo se ha de atender a la regularidad de las Calles, sino también a la mejor situación de los Edificios Militares: como la Casa del Gobernador, Quarteles, Arsenales y Almacenes para pólvora y municiones. La Casa del Gobernador tiene su propio lugar en medio de uno de los lados de la Grande Plaza, en frente de la Iglesia Principal, de tal suerte que desde sus ventanas y Balcones puedan verse formadas sus Tropas, y la Guarnición sobre las Armas. En esta Plaza también debe haber un Cuerpo de Guardia para el sosiego del Pueblo...

El autor, consciente de los problemas de la estructuración interna de la ciudad con fines militares, incide en el hecho de tener en cuenta algunas plazuelas para el uso del pueblo, para que sirvan de mercado y formación de la tropa.

 

Se recomienda como ancho aconsejable para las calles principales el de 42 pies (1 pie castellano=27 cm actuales), “a fin de que permitan paso a tres Carruages juntos, y dexen lugar para la Gente de a pie y de a Caballo”. Igualmente se insiste en definir un fondo de manzana, criticando la referencia de Vauban al respecto, indicando que “...quedaba  poco lugar para construir Almacenes, Tiendas y Talleres detrás de las mismas casas de los Artesanos, cuyas oficinas son absolutamente necesarias. Y mucho menos resultará capacidad para Patios o Jardines, que no sólo son convenientes para facilitar buenas luces a los Edificios, sino también para que se ventilen bien, en beneficio de la salud de los Habitantes y conservación de sus efectos”. Conforme a los criterios establecidos se aporta un ancho ideal de manzana de 168 pies, de manera que queda interiormente un espacio libre de 42 pies, equivalente al ancho de fachada de cada una de ellas.


En el complicado panorama político-bélico del XVII, confluyen las teorías arquitectónicas militares italianas del XVI, la escuela holandesa y la emergente francesa, idóneo caldo de cultivo para la experimentación en el que sucumbirían los ingeniosos, ideales y poco prácticos sistemas renacentistas, desplazados por los complicados conjuntos externos de las fortificaciones barrocas que alejan considerablemente el frente de batalla de la muralla fortificada: fosos, revellines, baluartes, contraguardias, medias lunas, cortinas, orejones, flechas, caminos cubiertos, plazas de armas, traveses y glacis o explanadas.


Fig. 11. Elvas (2012). Elementos de la fortificación abaluartada.


[7] Arroyo Ilera, Fernando. (2003): “Marinas y riberas interiores. Notas para una Geografía del río Tajo en los siglos en los siglos XVI y XVIII”. Cuadernos de Geografía, 73/74. Universidad de Valencia, Valencia, pp. 233-258.

[8] Bonet Correa, Antonio. (1991): Cartografía militar de plazas fuertes y ciudades españolas. Siglos XVII-XIX. Planos del Archivo Militar francés. Instituto de Conservación y Restauración de Bienes Culturales, Ministerio de Cultura, Madrid.

[9] Cámara Muñoz, Alicia. (1989): “Fortificación, ciudad y defensa de los reinos peninsulares en la España Imperial. Siglos XVI y XVII”. La Ciudad y las Murallas. Ed. Cátedra, Madrid, pp. 89-112.

[10] Cobos-Guerra, Fernando. (2012): Las Escuelas de Fortificación Hispánicas en los siglos XVI, XVII y XVIII. Patronato del Alcázar de Segovia, Segovia. 69 p.

[11] Gutiérrez, Ramón y Esteras, Cristina. (1991): Territorio y fortificación. Vauban Fernández de Medrano, Ignacio Sala y Félix Prosperi. Influencia en España y América. Ediciones Tuero, Madrid. 326 p.

[12] Capel Sáez, Horacio. (1983): Los Ingenieros Militares en España. Siglo XVIII. Barcelona.


No hay comentarios:

Publicar un comentario