URBANISMO Y ARQUITECTURAS MILITARES RAYANAS. ELVAS, CIDADE-QUARTEL, PATRIMÓNIO MUNDIAL (2012)
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1.4.4. Preocupaciones españolas
Con la reconquista de Granada culmina el proceso evolutivo del sistema amurallado medieval para dar entrada a los precedentes de la fortificación abaluartada bajo el imperio de Carlos V, que estructurará ciudades en España, Europa, América y Filipinas. Fortalezas como la de Ibiza (Giovanni Batista Calvi, 1584), Niebla, Alcalá de Guadaira, Toledo y Barcelona se significan como los precedentes españoles de la fortificación abaluartada.
Desde mediados del XVI, las preocupaciones españolas por fortificar las fronteras se centraron en la pirenaica con Francia (Fuenterrabía, San Sebastián, Pamplona), considerada esta última como el mejor exponente de fortificación abaluartada del momento, para impedir la penetración de los herejes franceses.
Felipe II llama a los ingenieros italianos Calvi y hermanos Antonelli para asesorar y construir el sistema defensivo nacional. Entran en acción, junto al capitán Baltasar Franco, en la frontera extremeña para el estudio de los sistemas defensivos. Su diagnóstico manifiesta la necesidad de introducir cambios de tropas de artillería desde Sevilla a Badajoz en 1580 y proyectos para facilitar la navegabilidad de una buena parte de los ríos de España, entre ellos, el Proyecto de Navegabilidad del Tajo de Aranjuez a Lisboa[7].
1.4.5. Los sistemas españoles de fortificación.
Desde el siglo XVI se experimentan los avances de la arquitectura abaluartada en el marco del nuevo urbanismo renacentista[8]. El ingeniero militar del XVI es un artículo de lujo, porque todos dependen de la Corte y del centralismo administrativo de Felipe II. El más importante de todos los italianos en el momento de mayor actividad de la Corte fue Tiburzio Spanocchi (La Coruña), al que Felipe II nombró Ingeniero mayor y Arquitecto Militar e Hidráulico del Rey, junto a los hermanos Palearo-Fratín (Bayona), autores de los primeros proyectos de abaluartamiento de Galicia.
A fines del XVI, Felipe II funda la Academia de Matemáticas de Madrid a cargo de Juan de Herrera, que ocuparía el cargo de Arquitecto y Maestro Mayor de Obras, al objeto de sedimentar las experiencias y conocimientos técnicos aplicados en las fortalezas de todos los dominios del Reino. El arquitecto encargado de compendiar la teoría y la práctica de la fortificación española fue el español Cristóbal de Rojas, que había trabajado como maestro de obras en El Escorial a las órdenes de Juan de Herrera, así como en las obras de las murallas de Cádiz. En 1598 publica su libro Teoría y Práctica de la Fortificación. En 1613 publicó un segundo tratado Compendio y Breve Resolución de Fortificación, textos que permiten el estudio del estado de la arquitectura militar a finales del XVI. Cristóbal de Rojas defiende que el ingeniero ha de ser ante todo arquitecto con dominio del campo de la construcción[9].
Durante los reinados de Felipe III y Felipe IV la penuria económica del Estado acaba con la tradición de los grandes proyectistas y maestros de la ingeniería militar, de origen italiano en su mayoría. Son ahora oficiales jefes del ejército los que ocupan su puesto con destino fijo en las Provincias y localidades para las que se proyectan y construyen fortificaciones[10].
Sebastián Fernández de Medrano (1646), Duque de Medinaceli y General de los Ejércitos de los Países Bajos, se encarga de estudiar y recopilar la Arquitectura Militar española del siglo XVII, dada su experiencia práctica en las contiendas[11]. El tecnicismo alcanzado por los ingenieros holandeses fue asimilado por el sistema español de fortificación. Recopila en dos textos los conocimientos que se explicaban en la Academia Real de Bruselas (1675), que dirigía, con notable influencia en los ingenieros militares españoles del siglo XVIII[12]. Divide la fortificación en regular (respetando trazados geométricos perfectos o modelos clásicos), irregular (adaptada al terreno o a la forma de la plaza que defiende) y real (la que no sobrepasa una línea de defensa de 600 pies). Analiza la función de las ciudadelas (pequeños recintos fortificados en el interior de las ciudades), al tiempo que marca entre 600 y 1.200 pies la distancia libre que debe separar estos fortines de las casas y edificios de la villa.
Vicente Munt, en su Tratado de Arquitectura Militar, publicado en Mallorca en 1664, dedicaba un capítulo a “Castillos, Ciudadelas y Fuerzas Reales en las fronteras”. El hecho de diferenciar los términos castillo y ciudadela responde a la analogía entre castillo y ciudad, frente a una edificación “ex novo” que se definía a mediados del XVI como “castillo que tiene sujeto a un pueblo, a la vez que lo defiende de los enemigos”. Este concepto de sujeción, ligado al de plaza fuerte, obtuvo no pocas protestas, repetidas veces, por parte del vecindario. De ahí, que las ciudadelas implicaran un control por la fuerza de los propios habitantes del lugar.
La preocupación extrema por el establecimiento de códigos geométricos en el diseño de estas máquinas de guerra, impele a los tratadistas a representar únicamente la estructura murada, considerando el resto de la trama urbana de ciudad como algo aleatorio que se representa en blanco. Así lo expresa Luca Pacioli en su obra “La divina proporción” cuando identifica los elementos defensivos con la ciudad en sí misma ¿Qué otra cosa son ciudadelas, torres, revellines, muros, antemurales, fosos, ciudades y castillos, sino todo geometría y proporciones?
Se recomienda como ancho aconsejable para las calles principales el de
En el complicado panorama político-bélico del XVII, confluyen las teorías arquitectónicas militares italianas del XVI, la escuela holandesa y la emergente francesa, idóneo caldo de cultivo para la experimentación en el que sucumbirían los ingeniosos, ideales y poco prácticos sistemas renacentistas, desplazados por los complicados conjuntos externos de las fortificaciones barrocas que alejan considerablemente el frente de batalla de la muralla fortificada: fosos, revellines, baluartes, contraguardias, medias lunas, cortinas, orejones, flechas, caminos cubiertos, plazas de armas, traveses y glacis o explanadas.
[7] Arroyo Ilera, Fernando. (2003): “Marinas y riberas interiores. Notas para una Geografía del río Tajo en los siglos en los siglos XVI y XVIII”. Cuadernos de Geografía, 73/74. Universidad de Valencia, Valencia, pp. 233-258.
[8] Bonet Correa, Antonio. (1991): Cartografía militar de plazas fuertes y ciudades españolas. Siglos XVII-XIX. Planos del Archivo Militar francés. Instituto de Conservación y Restauración de Bienes Culturales, Ministerio de Cultura, Madrid.
[9] Cámara
Muñoz, Alicia. (1989): “Fortificación, ciudad y defensa de los reinos
peninsulares en la España Imperial. Siglos XVI y XVII”. La Ciudad y las Murallas. Ed. Cátedra, Madrid, pp. 89-112.
[10]
Cobos-Guerra,
Fernando. (2012): Las Escuelas de Fortificación Hispánicas en los siglos XVI,
XVII y XVIII.
Patronato del Alcázar de Segovia, Segovia. 69 p.
[11]
Gutiérrez, Ramón y Esteras,
Cristina. (1991): Territorio y
fortificación. Vauban Fernández de Medrano, Ignacio Sala y Félix Prosperi.
Influencia en España y América. Ediciones Tuero, Madrid. 326 p.
[12]
Capel Sáez, Horacio.
(1983): Los Ingenieros Militares en
España. Siglo XVIII. Barcelona.
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